Oaxaca ha sido desde que llegué a México el gran destino por hacer. Rodeado siempre por las mejores críticas y promesas de un viaje increíble, por un motivo u otro permanecía siempre fuera del ángulo de tiro de este güerito. Hasta el pasado puente de Febrero, en que el día de la Constitución mexicana me dio por fin chance para lanzarme hasta allá.
Oaxaca de Juárez es el nombre de
la capital de uno de los estados más pobres de toda la república (junto con
Chiapas), lo cual contrasta con el hecho de poseer dos de los municipios más
ricos de todo el país (el resto repartidos entre Nuevo León y DF
principalmente). Este punto aparentemente aleatorio, da pie a mi sensación más
marcada en el viaje: el tremendo contraste que en esta ciudad puede encontrar
el turista, llevado de la mano y a pocas cuadras, del turismo más elitista a la
tradición más arraigada, humilde y –quizás- auténtica. Espero que a lo largo de
las próximas líneas lleguéis a intuir cuál me conquistó.
Para tomarle la temperatura a una
ciudad pocas cosas resultan tan convincentes como los mercados, pues pocas
grandes ciudades carecen de uno que valga realmente la pena. En pleno centro
histórico, el mercado del 20 de Noviembre se divide en 2 edificios, uno más
enfocado a la elaboración de alimentos, y el otro a las artesanías; aunque en
ambos se pueden encontrar los productos más representativos del estado. Iniciar
el día con una visita al mercado –con desayuno incluido- debería ser un
requisito obligado (al menos un día) si se visita esta ciudad. Allí, un rico
chocolate con su pan de yema y mantequilla podría ser una opción más mañanera,
pero también están disponibles los moles con sus enchiladas, el tasajo (carne
ligeramente salada, como la cecina mexicana), las quesadillas de chapulines
(pequeños saltamontes deshidratados), los chiles rellenos, y -como no- las
famosas “tlayudas”. Las “tlayudas” podrían considerarse -como decía un amigo
sueco que residió aquí varios meses- las pizzas oaxaqueñas (y que no me mate
nadie que me oiga). Son tortillas de harina de gran diámetro que una vez tostadas en el comal, se embadurnan de frijol, queso y todo
lo que a ustedes les pueda venir a la mente, aunque de preferencia productos
típicos de la zona.
Tras un rico y pantagruélico
desayuno, es más que recomendable dar una vuelta por el centro histórico, ya
sea por el zócalo y sus múltiples tianguis (puestecillos de ropa y comida en la
calle), las inmediaciones del templo y el exconvento de Santo Domingo, o
perdiéndose por las múltiples galerías de arte y museos de la zona.
Perteneciente a la orden de los
dominicos, el templo y exconvento han sido escenario de varios sucesos
importantes en la historia de México, y es uno de los ejemplos más imponentes
del barroco mexicano. Su profusa y significativa decoración es fruto sin embargo
de la restauración llevada a cabo en 1938, tras el expolio al que fue sometido
al destinarse a usos militares durante la Guerra de Independencia de México, y
no fue hasta la presidencia de Porfirio Díaz que recuperó su uso original. A
día de hoy, el templo sigue usándose para servicios religiosos, pero el
exconvento es un importante museo donde se exponen gran parte de los hallazgos
de la cultura mixteca y zapoteca encontrados en Monte Albán. El amplio y
precioso patio a la espalda de estos dos edificios, es actualmente el jardín
botánico de Oaxaca, cerrado al público durante mi estancia al estar reservado
para una boda. Una autentica lástima.
Saliendo de la ciudad, y sin
necesidad de alejarse mucho, se encuentra Monte Albán, uno de los sitios
arqueológicos más impresionantes de la república. El principal motivo de esta
atrevida afirmación es para mí su inigualable ubicación, ya que se encuentra en
la cima de un cerro en el centro de los valles centrales de Oaxaca. Esto como
bien se podrá imaginar, atendió principalmente a motivos estratégico-defensivos,
pero esta plataforma aplanada artificialmente (con unos niveles de perfección
en los desniveles (o ausencia de desniveles) que a día de hoy aún sorprende
para una superficie tan extensa) es un mirador excepcional que da un increíble
telón de fondo a todas las edificaciones. Gracias a sus fuertes lazos con Teotihuacán, este
enclave de la cultura zapoteca levantado en siglo V a.C., alcanzó su punto
álgido alrededor del 350 d.C. y su declive y posterior abandono aproximadamente
en el S.VIII d.C., aunque años después fue ocupado por los mixtecas hasta la
llegada de los españoles. Actualmente, convertido en polo turístico, debemos en
gran parte su buen estado y todo lo que conocemos de él, a las importantes
labores arqueológicas realizadas desde principios del S.XX.
Coyotepec es otro destino muy
interesante, sobre todo si se hace una escala en el taller de “Doña Rosa”, la
descubridora de la técnica que confiere a este material su característica
apariencia de color negro brillante. En
esta zona es donde surgió el “Barro Negro” que es como se conoce un tipo de
cerámica muy característica tanto por su color y brillo natural, como por los
peculiares diseños que se le dan, especialmente aquellas figuras que son
arañadas, punzadas y horadadas formando celosías geométricas. Como antes
comentaba, sus características propiedades visuales no se conseguirían si no
fuera porque antes de ser cocida, se somete a la pieza aún húmeda a un pulido
manual con piedra de cuarzo, lo cual cierra casi por completo el poro,
consiguiendo que lo que otrora hubiera sido una pieza grisácea y mate, adquiera
su color negro y brillo tan conocido. Curiosamente este tipo de artesanía es
relativamente reciente, pues no fue hasta 1950 cuando Doña Rosa descubrió este
paso imprescindible que implica el uso del cuarzo. (fuente de la segunta foto)
Oaxaca también es el hogar de los
alebrijes, especialmente si se visita Arrasola. Sobre estas coloridas figuras ya se habló en este blog, y debo decir que quizá en este punto pecamos un poco
de “turis”, ya que el taller al que nos llevaron tenía alebrijes que si bien no
eran de mala calidad, su precio podía equipararse (e incluso superar) los que
pueden encontrarse en el DF, y no había ninguno que se pudiera considerar
excepcional. Seguiré buscando –con más tino espero- esos alebrijes
impresionantes que hay en San Angel, esperando encontrar precios más
asequibles.
Y como no, llega la hora de
reponer fuerzas, y ya más entrados en el día, ayudar a la digestión “mojando”
las viandas en un típico mezcal de la zona. El mezcal –como ya se comentó aunque de forma muy rápida- se obtiene de la destilación de la piña del agave o
maguey, al igual que el tequila (De hecho el tequila –hablando con propiedad-
se puede considerar un tipo de mezcal, elaborado exclusivamente con agave azul).
Luego, dependiendo del tipo de agave (se pueden emplear hasta 50 de las 166
especies conocidas, siendo la más común para este producto la “espadín”), la zona y el proceso de destilado, podremos encontrar tantas variaciones y matices como queramos. Esto
en Oaxaca nos lleva de nuevo a esa dicotomía que antes comentaba, en la que la
tradición en cierta manera se pelea con el lujo mal entendido. Muy en boga
desde hace relativamente poco tiempo, el mezcal está conociendo un resurgir
similar al que vivió el tequila hace unos 15-20 años. Esto hace que un producto
que hasta hace no mucho era denostado, a la fecha cuente con nuevos adeptos día
tras día, provocando por un lado la refinación del proceso y que sea mucho más
accesible al público general un producto de buena calidad, pero también dando
pie al abuso tan de moda en estos días, y que suele venir acompañando de
apelativos como “premium” o “exclusivo”, con degustaciones, catas o incluso
“experiencias y sensaciones” donde antes simplemente había un humilde vaso con
su humilde –pero buen- contenido. Entre tanto ruido y fanfarria, el exceso
llega a su cúspide en lugares como “La mezcaloteca”, donde si bien el producto
y la presentación es muy interesante, uno empieza a plantearse su racionalidad
entre demasiado teatro y pose al servicio final de unos márgenes comerciales sólo
posibles al abrigo del snobismo más recalcitrante. ¿Son experiencias que hay
que probar? Posiblemente no esté de más siempre sabiendo a lo que se va, no en
vano y si se puede, conviene ver las dos caras de la moneda, porque se pueden
encontrar productos realmente llamativos. Pero a la mera hora, un servidor pasó
muchas y mejores horas disfrutando de una oferta y un producto más campechano (aunque
sin perder de vista la calidad), en “La casa del mezcal”, ubicada –como no- en
uno de los laterales del mercado 20 de Noviembre.
Con esto por hoy se despide este
güerito. ¡Hasta la próxima!.
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