El ingeniero estadounidense
Albert K. Owen tenía el sueño de crear en la bahía de Ohuira (estado de
Sinaloa) la mayor ciudad comercial del mundo, y como si esto no fuera
suficiente, hacerlo sobre los principios de las ciudades –utópicas-
socialistas. El siglo XIX estaba tocando a su fin, y como hoy bien sabemos, Owen
no logró su sueño. Entre medias, el escepticismo de sus inversores (cuya
desconfianza en los principios poco lucrativos de Owen fue creciendo hasta
destituirle) y el brote de paludismo que
azotó la recién nacida ciudad de Topolobampo, dieron al traste con este otrora
denominado delirio.
La zona creció fuertemente, pero a hombros de la cercana ciudad de Mochis, donde posteriormente se forjó uno de los
ingenios azucareros más grandes del noroeste, cuyo crecimiento económico se vio
cercenado por la Revolución. Hoy en día, el puerto de Topolobampo mantiene un
importante volumen gracias al sector agrícola, pero lejos de la magnitud de importantes
puertos como el de Lázaro Cárdenas (Michoacán) o Veracruz.
Del sueño de Owen queda el
romanticismo recurrente que ondea en la bandera de cada nuevo candidato político
de la zona que quiere iniciar una nueva obra, más cerca de la faceta comercial
que de la socialista. Pero también inician dos puntos de partida hacia un par
de los parajes más interesantes de México: la propia bahía de Ohuira y las
barrancas del cobre, las cuales se recorren en el tren que une Los Mochis con
Chihuahua, más conocido como “el Chepe”.
Otro interesante personaje de la
región de Sinaloa es Jesús Malverde, también conocido como el “Santo de los
narcotraficantes”. Aun cuando no hay constancias de que realmente existiera, y
la iglesia –inexplicablemente- no le reconoce el status de santo, su culto (entre
la superstición y la creencia) creció rápidamente en la religiosidad popular norteña poniéndole
a la altura de la Virgen de Guadalupe o la Santa Muerte.
Su historia, con marcados
paralelismos al personaje que frecuentaba los bosques de Sherwood, es la de un
forajido que robaba a los señores ricos de la región para posteriormente
repartirlo entre los más necesitados. Emboscado en una de estas operaciones,
Malverde salió herido pero no preso. Seguro de su muerte y en vista de lo
rápido que había crecido la recompensa sobre su cabeza, se puso en manos de un
amigo para que lo entregase con la petición de que dicho dinero también se
repartiese entre los pobres.
Y aquí es donde la historia
empieza a perder paralelismos y adquiere toques menos literarios, pues el amigo
no sólo traicionó a Malverde huyendo con la recompensa, también lo expuso a unas
autoridades que, presionadas por los caciques que habían sido el principal
objetivo del bandido, le impusieron un castigo ejemplar ahorcándole públicamente y prohibiendo
su sepultura. Cuentan que el cuerpo inerte permaneció así hasta que la cuerda
de la que colgaba se rompió, momento a partir del cual las gentes del pueblo fueron depositando
piedras para cubrir a su héroe bajo una pequeña montaña.
Entre las celebraciones más
surrealistas, se encuentra la costumbre de los narcotraficantes de enviar
grupos de banda a los santuarios donde guardan su figura, agradeciendo que un
cargamento haya cruzado sin dificultades la frontera con Estados Unidos. Su
imagen, al no haber registros de cómo fue en vida, se compuso con rasgos de
Pedro Infante y Jorge Negrete, añadiendo el toque folklorico.
Para rematar, mi versión muy personal del "Sueño de Owen" tras mi paso por Los Mochis, Sinaloa. Un saludo!