miércoles, 27 de julio de 2011

Pero siempre hay un tren que desemboca en Madrid…

En un cambio de registro y de objetivo para este blog que surgió con la idea de mantener actualizados a los amigos al lado “oriental” del charco, hoy la entrada de esta bitácora se centra en esos días que pasé en Madrid con motivo de la boda de unos buenos amigos.

Como decía más arriba, el objetivo del viaje -además de papeleos varios para empezar a regularizar mi situación legal en el D.F.- era poder dar una buena sorpresa a una amiga que se casaba y que “a ciencia cierta” sabía que yo no podría ir. En este sentido de nuevo mi agradecimiento al par de amigos que hicieron posible mantener el secreto aún en estos tiempos en los que la sobrecomunicación y las redes sociales parecen hacerlo casi imposible… Y con el objetivo cumplido, a disfrutar del fin de semana en compañía de un buen número de amigos, poniéndonos al día y sobrellevando el jetlag a golpe de risas y "bebidas espirituosas".


La boda tuvo lugar en el pueblo de Béjar, perteneciente a la provincia de Salamanca. Población conocida por sus pronunciadas pendientes que han contribuido a su excelsa cantera de ciclistas (de la que salió por ejemplo Roberto Heras), por sus bellos parajes (está rodeada de un entorno natural declarado reserva de la biosfera por la Unesco) o su gastronomía, Béjar cuenta con una población aproximada de 15.000 habitantes, lo que la convierte en el foco de la zona y atrae hacia si las gentes de otros pueblos tan bonitos y turísticos como Candelario, Hervás o Baños de Valmayor. En las proximidades también se encuentra el Valle del Jerte, precioso en la época de florecimiento del cerezo, cuyo cultivo y comercialización constituye su principal motor económico junto al turismo.

Pasado el fin de semana, tocó la “tournée” para ver a amigos y familiares, de la que destacaré aquellos elementos y comidas típicos de estas fechas:

Las “terracitas” son aquellas mesas que en verano sacan los establecimientos a la calle para poder consumir sus productos al solecito o en frescor de la noche. Esto puede no parecer tan chocante en una ciudad con un clima como el del D.F., pero en España vienen a durar entre 3 y 5 meses según la región, y son aprovechadas a golpe de tintos de verano (vino con soda o con refresco de limón) y cervezas heladas (Mahou a ser posible). Todo ello acompañado en cada pedido de su correspondiente “tapa”, que pueden llegar a convertirse en el reclamo del bar en cuestión, y las raciones más diversas.

Y si de tapas o raciones hablamos, hay bares que forjan su fama en un número reducido pero muy bien escogido de ellas. Buenos ejemplos serían:

- “Casa Labra” (tajada y croqueta de bacalao),


- “La taberna la Ardosa” (donde coincidí con unos amigos de México) con sus croquetas de cabrales (queso típico de Asturias y de sabor contundente), salmorejo (sopa fría de jitomate, más densa que el gazpacho y que se acompaña de huevo duro y jamón serrano picados), cazón en adobo (buen ejemplo del pescaíto frito andaluz), anchoas del Cantábrico (de Castro Urdiales para ser más precisos, pueblo mío de veraneo por mucho años), y todo ello regado con “vermú de grifo”, bebida cañí (típica de Madrid) donde las haya.

- Otro buen ejemplo sería “el Melos”, gallego en el que entre barro y barro de Ribeiro (en Galicia el vino se sirve muy frío sobre unos cuenquitos cerámicos conocidos como “barros”) se da cuenta de unas croquetas grandes como puños, la “zapatilla” (torta también de dimensión pantagruélica con lacón y queso de tetilla), pimientos del padrón (de los que se dice que unos pican y otros no), y de postre queso de Burgos con dulce de membrillo.

Melón con jamón, ensaladilla rusa, gazpacho, papas revueltas, pimientos asados riojanos, chistorra light, pochas, gambones rojos, arroz al horno... Y para rematar la tarde/noche, ¿qué mejor que un digestivo Patxarán o un refrescante Gin tonic?

En fin, pocos días pero muy bien aprovechados, en los cuales no dejaba de asaltarme esa curiosa sensación que se tiene cuando uno va de vacaciones a su casa, ve a sus amigos de toda la vida y en general hace todo aquello que solía hacer… pero esta vez de forma excepcional, pues tampoco me olvidaba que en esta nueva etapa mi vida se va poco a poco forjando y asentando a este otro lado del charco.

No sé cuando será la próxima, pero como bien decía Sabina, me queda la tranquilidad de saber que aunque haya muchas ciudades en el horizonte, seguro que siempre habrá un tren que desemboque en Madrid.

viernes, 8 de julio de 2011

San fermines!!

¿Está el güerito en Pamplona? No, no es eso. Tras mi visita a Miami no planeo tener más salidas fuera de la república por una larga temporada... Al grano! México DF es una gran ciudad, y no sólo por su tamaño, pero la entrada de hoy es en parte para empezar a contar qué es lo que hay más allá, en los pueblos y ciudades que la rodean. Lo de Pamplona será otro año, pero coincidiendo que son las fechas que son... pues eso, jejeje.

San Miguel Allende debe su nombre por un lado al monje franciscano que la fundó en 1542. Pero no fue hasta después la Guerra de la Independencia de México, cuando un oriundo del lugar llamado Ignacio Allende se destacó como líder clave, que la pequeña población pasó a ser ciudad y en reconocimiento a su héroe local quedó nombrada de la forma en que hoy la conoce todo el mundo.

Su centro histórico de carácter colonial es uno de los ejemplos más bonitos de este tipo de arquitectura de toda la república, y recientemente se ha convertido en un reclamo para residentes extranjeros –sobretodo norteamericanos- que están contribuyendo a renovar el centro histórico. Uno de los ejemplos más curiosos es el de algunos hoteles que van comprando propiedades no necesariamente aledañas, de forma que tu habitación puede estar fácilmente a 1 o 2 cuadras de la recepción. Esto que pudiera parecer una incomodidad queda rápidamente olvidado al poder disfrutar de estos edificios finamente restaurados, y darte cuenta de que el pasillo de tu hotel son las preciosas calles de la ciudad.

Cuernavaca por su parte es el destino de fin de semana preferido por los “chilangos”. Obviamente su cercanía al DF ayuda a esto tanto como encontrarse a medio camino en la carretera que va a Acapulco. Pero es su sobrenombre de “la ciudad de la eterna primavera” el que nos dará la clave para entender su popularidad, ya que en parte gracias a que está a 1100 metros por debajo del DF y se encuentra rodeada de montañas, mantiene un agradable microclima a lo largo de casi todo el año. Yo pude comprobarlo personalmente cuando en plena temporada de lluvias me traje un precioso “rojo cangrejo” de la estupenda visita de fin de semana a la casa y alberca que un amigo tiene allí. Tomarse un mezcalito tranquilamente disfrutando las vistas que tenía la casa, o disfrutar tumbado en la colchoneta de una chela y el sol, son cosas que en esta época del año sólo se pueden hacer si tienes a mano un sitio con un clima como el de Cuerna (y alguien que te invite a disfrutarlo, claro!).

Pero obviamente es difícil vivir en el DF y que no haya también cosas que contar de aquí. Aprovechando que tuve visita durante unos días, fui a la casa del arquitecto Luis Barragán. Premio Pritzker en 1980, su residencia es toda una leyenda que se conserva hasta hoy gracias a haberse convertido en un museo (de la casa misma). Es difícil explicar lo bueno que era este hombre sólo a través de las fotos de su obra, pero quizá ayude el explicar cómo su casa, estando aún vivo su dueño, se convirtió en centro de peregrinaje e inspiración para las generaciones de arquitectos que le siguieron.

Y como parece claro que no sólo de cultura vive este hombre, tampoco pude dejar escapar la ocasión para llevar a esta gente a la plaza Garibaldi. Conocida por ser un lugar donde los mariachis se reúnen, listos para ofrecer sus servicios a cualquier celebración, es uno de los grandes atractivos turísticos de la ciudad. Los mariachis son conjuntos musicales originarios de las regiones de Jalisco y Michoacán. Normalmente formado por entre 7 y 12 integrantes y acompañados de guitarras, trompetas y vihuelas, tienen en su haber un amplio repertorio que va de la ranchera al corrido, llegando incluso a las baladas y cumbias. Uno de los mitos sobre el origen de la palabra remite a la época de la invasión francesa, donde se utilizaban este tipo de conjuntos musicales para los “mariages” o bodas de los rancheros.

En nuestro caso y gracias a un amigo que anduvo muy hábil ante las dificultades que nos ponían para entrar a la famosa cantina “el Tenampa”, conseguimos que nos pusieran una mesa en mitad de la plaza, con nuestros tequilas fresquitos y un grupo de mariachis durante 45 minutos. La cara de sorpresa de todos fue poco a poco dando paso a las risas mientras disfrutábamos de nuestros 45 minutos (y los que siguieron!).

Para otro día quedan los mercados de Coyoacán y la ciudadela, la celebración del verano sueco en el DF, desayunar viendo las ruinas del templo mayor en el restaurante "la mayor"... y quién sabe, quizá la primera escapada a la playa.

Hasta la próxima!

P.D. Ah! y la foto de ahi arriba es de uno de los margaritas que cayeron en San Angel Inn (qué forma más fina de servirlos, y que ricos estaban los condenaos)